Santa Fe, Lunes 30 de diciembre de 2024
14-02-2018
Este presente, es un tiempo donde tras la fachada de la “preocupación occidental” por la democracia en Venezuela, lo que se debate realmente es el destino y la administración del petróleo venezolano, en un negocio mundial claramente en transición. Por ende es necesario discutir el estado del mercado petrolero mundial, y su influencia en Estados Unidos y Venezuela, para entender en realidad, de que estamos hablando en estos días, cuando hablamos de Venezuela
Estados Unidos ha sido por años, el principal importador de petróleo crudo del mundo, lugar que ahora ocupa China, y la principal paradoja de estos años, en su proclamada vocación por el libre comercio, es que los productores de petróleo en Estados Unidos, adalid del libre comercio y la desregulación económica, tienen prohibido desde 1973, la exportación de petróleo. Este dato, relevante por cierto, es ocultado. En algunos casos por ignorancia, en otros, por intereses.
A contramano de su discurso publico en la materia, Estados Unidos tiene fuertemente regulada su actividad petrolera, pero le exige a Venezuela y al resto de los países de la OPEP, una total desregulación.
La decisión de prohibir las exportaciones de crudo estadounidense, de la que se cumplen 45 años, fue tomada entonces, según ellos mismos dijeran “para protegerse ante las fluctuaciones severas de precios y suministros internacionales”. Una medida tan claramente proteccionista que da por tierra con su mito proclamado del “libre comercio”. A pesar de ello y en una creación lingüística con pocos precedentes, Estados Unidos llamó a esta prohibición “voluntaria”.
Si bien en el mundo hay 161 tipos distintos de crudo que se corresponden con otras tantas zonas petroleras, las cotizaciones preeminentes son las del Petróleo Brent, localizado en el Mar del Norte que se toma como referencia para Europa y, el West Texas Intermediate (WTI), cuyo precio de referencia se utiliza en Norte América. Ahora se le agrega a estos el Petróleo de Esquisto o Petróleo de Fracking, que viene creciendo en Estados Unidos, pasando de 248 a 612 plataformas activas a fines de 2017, según la firma consultora Baker Huges.
Esta nueva situación energética de Estados Unidos, ha determinado la flexibilización de sus barreras comerciales, lo que ha producido desde 2016, que sin ser autónomo energéticamente volviera a exportar crudo, limitadamente. Sin embargo solo exporta en la actualidad el equivalente a menos del 5% de su producción doméstica, condicionado por el tipo de tecnología que utilizan la mayoría de sus refinerías. Dicha producción doméstica, se ha equilibrado con el petróleo que llega de Oriente Medio, pero aun es insuficiente como producción propia, para reemplazar el petróleo que se compra en Venezuela.
La imagen de petroleros estadounidenses cargados, cruzando el Atlántico hacia Europa, que se viene dando en los últimos dos años, era impensable hace solo cinco, cuando Estados Unidos era el mayor importador neto del mundo, pero en buena medida está condicionada por la imposibilidad de refinar todo el petróleo liviano, extraído por fracking, que se produce en Estados Unidos.
Esta “utopía energética” estadounidense es hoy impulsada fuertemente por la acción conjunta de Rick Perry, Secretario de Energía de Estados Unidos y Gobernador de Texas entre 2000 y 2015, encargado del control y expansión de la producción interna estadounidense y de Rex Tillerson, CEO Petrolero y Jefe del Departamento de Estado, quien se encarga de actuar como gendarme de custodia, del petróleo global.
A pesar de este “esfuerzo estadounidense”, sigue habiendo incompatibilidades importantes en su mercado petrolero como señalamos. De hecho la mayoría de las refinerías de ese país, sobre todo las ubicadas en los estados norteamericanos limítrofes del Golfo de México, Florida, Alabama, Misisipi, Luisiana y Texas, pueden procesar el crudo más pesado que viene de países como México y Venezuela, pero no el producido en Estados Unidos. El propio conglomerado petrolero estadounidense así lo reconoce, y el grueso de la mano de obra estadounidense, vinculada a la industria del petróleo en esas regiones, se vincula a esta limitación productiva.
Estados Unidos necesita reconvertir sus refinerías de petróleo pesado para procesar crudo ligero procedente de sus producciones de Shale Oil/Gas. Para ello necesita tiempo, y ese tiempo quiere transcurrirlo controlando la producción venezolana de petróleo, con estrategias que ya aplica en México.
Tres años después de la pomposa “reforma energética” destinada a privatizar y desmantelar Petróleos Mexicanos PEMEX, el gobierno de Peña Nieto faltó a la verdad, tanto en las promesas, como en la propaganda que desplegó para lograr la privatización de los hidrocarburos, subiendo luego de ella, los precios de los combustibles, el gas y la electricidad y quedando a merced, de los negocios petroleros de intereses estadounidenses.
Una de las Senadoras que se opuso entonces a la privatización, Dolores Padierna Luna dijo por estos días, “se ha terminado por saquear a PEMEX para entregárselo a los mismos intereses y poderes hegemónicos extranjeros, que fueron derrotados hace 80 años, por el general Lázaro Cárdenas”.
Esta necesidad estadounidense, de transitar la “transición tecnológica” de su refinerías, es lo que esta impactando en su política hacia Venezuela, que desde hace mucho tiempo, mucho antes de que Chávez llegara al gobierno en 1999, tuvo al petróleo como un elemento fundamental de la vida política del país.
Incluso Juan Vicente Gómez, un presidente venezolano que gobernó a principios del siglo XX y fuese muy cuestionado por entregar a compañías extranjeras amplias concesiones petroleras, comprendió la necesidad de que los venezolanos entendiesen el mercado internacional petrolero, incipiente por esos días y fuesen capaces de redactar leyes que regulasen la actividad.
Cuando esa industria estaba también iniciándose en los EEUU, hubo venezolanos que fueron a estudiar ingeniería en universidades estadounidenses. Venezuela es un país que desde hace 100 años, cuenta no solo con recursos naturales petroleros, sino también con recursos humanos calificados, para el desarrollo de la industria petrolera en el país.
El petróleo, sus ganancias y la distribución de las mismas, siguieron siendo temas centrales de Venezuela, también en tiempos del Pacto de Punto Fijo de 1958, acuerdo que dio origen al régimen bipartidista entre Acción Democrática y Copei, fuerzas políticas que gobernaron el país hasta que el pacto de los dos partidos, fue sepultado por las movilizaciones populares del caracazo, que darían origen al Chavismo, a finales del Siglo XX.
En el marco de lo que se conoce como el período del puntofijismo, el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, líder por entonces de Acción Democrática, crearía por decreto gubernamental del 30 de agosto de 1975, Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima, PDVSA. Luego, el 2 de noviembre de ese año PDVSA absorbería las operaciones y activos pertenecientes a la Corporación Venezolana del Petróleo, y a partir del 1 de enero de 1976 tomaría a su cargo la planificación, coordinación y supervisión de todas las operaciones hidrocarburíferas del país, bajo la tutela del Ministerio de Energía y Minas, conforme al marco legal establecido en la Ley Orgánica que desde entonces reserva al Estado, la regulación y el desarrollo de la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos (Ley Orgánica del 29 de agosto de 1975).
En sus inicios, PDVSA ejerció las actividades de casa matriz de las empresas estatizadas y nacionalizadas, que operaban las 13 antiguas concesiones privadas existentes entonces. Diez de esas empresas eran extranjeras, a saber:
Amoven (filial de Amoco Oil, anteriormente Standard Oil Company of Indiana)
Bariven (filial de Atlantic Richfield Company ARCO Petroleum)
Boscanven (filial de Chevron)
Deltaven (filial de Texaco)
Lagoven (filial de Exxon)
Llanoven (filial de Móbil)
Maraven (filial de Shell)
Meneven (filial de Gulf Oil)
Palmaven (filial de Sun Oil)
Roqueven (filial de Phillips Petroleum Company)
Y las otras tres concesionarias, eran empresas de formalidad venezolana, declaradas como integradas por capitales nacionales. Ellas eran:
Guariven (empresa venezolana de capital privado)
Taloven (empresa venezolana de capital privado)
Vistaven (empresa venezolana de capital privado)
Este breve repaso, demuestra que la Estatización y Nacionalización del Petróleo en Venezuela ha sido una política de estado y no un capricho del chavismo, como falazmente se intenta presentar.
De hecho Juan Pablo Pérez Alfonso fue quien después del Pacto de Punto Fijo de 1958, y durante el gobierno que presidió Rómulo Betancourt (1959-1964) fue el encargado de llevar adelante el Ministerio de Minas e Hidrocarburos de Venezuela con la finalidad de establecer una política petrolera llamada Pentágono de Acción, dirigida a una mayor participación del estado venezolano en la industria de los hidrocarburos. Venezuela fue también, junto a Arabia Saudita, quien impulso la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en agosto de 1960. Un sistema de cuotas de producción que estabilizara los precios, por la vía del volumen de oferta y así evitara el despilfarro de un recurso que se agota sin posibilidad de renovarse, y que era explotado de modo discrecional por las compañías de los países occidentales, que operaban como ejércitos de ocupación extractiva, de los países productores.
En los años 80, PDVSA inicia una importante transformación en la visión petrolera del país, la llamada “internacionalización” de la industria. Se compraron 23 refinerías y tres terminales de almacenamiento en ocho países, con la idea de asegurar mercados para el petróleo venezolano. Dicha política fue ampliamente discutida en el Congreso Nacional, en universidades, en foros públicos. Algunas personalidades como Alí Rodriguez, Alvaro Silva Calderón y Bernardo Álvarez, que luego formarían parte del equipo petrolero chavista, eran parlamentarios y tuvieron un destacado papel en las discusiones, a favor de estas ideas.
Durante décadas, desde los años 50 hasta la Presidencia de Richard Nixon, el petróleo venezolano había sido discriminado en EE UU a favor de los crudos de Canadá y de México y estaba sometido a exigentes “cuotas de importación”. En el resto del mundo, al ser extremadamente pesado, el crudo venezolano también tenía dificultades para encontrar sitios donde pudiese ser procesado, de ahí la idea de tener refinerías propias. Se compraron plantas, o participación en ellas, en mercados tan importantes como el alemán con la Veba Oel y el escandinavo con la refinería Nynas en Suecia.
Y en 1986 PDVSA adquirió CITGO, con ocho refinerías en Estados Unidos, tres oleoductos y participación en otros tres, además de ser boca de expendio minorista en seis mil estaciones de servicio en todo Estados Unidos. Eso le aseguraba a PDVSA el seguro acceso al mercado norteamericano y refinerías destinadas específicamente a procesar crudo con las características del venezolano. Mercado privilegiado para Venezuela por su cercanía y porque aún hoy en día es destino del veinte por ciento de la producción de petróleo venezolano.
Mucho tiempo pasó y llegamos a nuestros días, después de años de una estrategia venezolana de soberanía política y energética, iniciada por Chávez en 1999, y continuada hasta el presente, y resistida por la política internacional estadounidense, la que sin embargo nunca pudo romper lanzas con Venezuela, y siguió teniendo que comprar petróleo a ese país.
Por lo tanto, el eje del debate actual impulsado por los “demócratas de occidente” no es su “preocupación democrática”. Es en realidad volver el estado de la industria petrolera venezolana, previo a la creación de PDVSA, ni siquiera volver al periodo pre chavista de la década del 80. Chavismo satanizado hasta el hartazgo, y tergiversado sin descanso.
Se pretende volver al antes de 1975, tal vez con el mismo mapa de concesiones extranjeras que hubo entonces.
El valeroso pueblo venezolano, su gobierno y sus fuerzas armadas, dan un ejemplo por estos días, de dignidad y compromiso popular, ante la hipocresía de un mundo occidental que solo ve en la discrecionalidad obscena, de la desigual acumulación de capital, el objeto de su acción política.
Felizmente Venezuela está viva y es un faro que alumbra el futuro, de la lucha por un mundo más justo y solidario.