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18-03-2021

Funcionales a la derecha

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Por Marcelo Brignoni (Este artículo fue publicado originalmente en La Tecl@ Eñe) A un año de declarada la pandemia del Covid-19, la izquierda occidental se convirtió en partenaire de la globalización, promoviendo un progresismo neoliberal.

Al cumplirse un año del reconocimiento global como pandemia, de la peste del COVID-19, los formatos culturales organizativos y estructurales de la globalización occidental no parecen haber sufrido, ni aparenta que vayan a sufrir, ninguna modificación sustancial, si ésta depende de su actual sistema político.

 
Lo que queda bastante claro es que aquel maravilloso mundo post pandemia que algunos preanunciaban se dedicaría a reflexionar sobre la desigualdad y la necesidad de estados más fuertes con crecimiento de sus presupuestos públicos de salud, de educación y de servicios, quedó en la ilusión de los borradores de “Sopa de Wuhan”, aquel hermoso cuadernillo de cuentos de hadas publicado en 2020.
 
Mientras tanto, ha quedado demostrado después de un año de pandemia, que no hay ninguna voluntad propia de los promotores de la globalización ni de sus controlantes políticos y económicos -las corporaciones multinacionales y sus gobiernos aliados- para hacer ninguna modificación ni autocrítica si no los obliga un cuestionamiento local y global, que ponga en real amenaza este nefasto mundo desigual que han sabido construir. Da la impresión de que no se auto juzgarán.
 
El egoísmo y la desaprensión ocupan hoy muchos más lugares decisorios que el compromiso con la justicia social y con la igualdad de oportunidades, pero esta situación no debe ser analizada como un problema moral. Es claramente un problema político, de construcción y ejercicio del poder popular estatal, y de distribución y redistribución de bienes servicios y derechos. La moral, de la que no hablamos aquí, refiere a la metafísica; el poder y su construcción a la política.
 
Los discursos de café apelando a la benevolencia del carnicero difícilmente cambien los paradigmas de este presente infausto para millones por su sola enunciación. Nada cambiara si los verdugos de la globalización son quienes deben comandar esa búsqueda de un mundo más igualitario y humanista.
 
La brutal desigualdad, la destrucción del planeta y la generación de pandemias y enfermedades globales producto de exacerbar la renta capitalista, no se va a modificar por sí misma ni por la acción de quienes la provocaron, quienes ni siquiera ven en esto un problema, sino sólo un “daño colateral”.
 
El grueso de la izquierda occidental después de rendirse al neoliberalismo y cambiar la idea de la lucha de clases por la de limosna de clase, ejemplificada con un cinismo sin igual en la teoría del derrame, ha perdido toda capacidad de rebeldía y de vocación de representar los intereses de las víctimas de la globalización.
 
Hoy, aún en la pandemia, asistimos a la defensa de un capitalismo tergiversado e invertido, donde la incertidumbre debe ser algo con lo que convivan los trabajadores y la certeza está reservada sólo al capital. Exactamente al revés del capitalismo que promovía el riesgo empresario y la certeza laboral concebida en la creación de la seguridad social y la legislación laboral en el siglo que pasó.
 
La izquierda occidental es hoy un triste partenaire de la globalización, promoviendo un progresismo neoliberal patético que, aunque parezca un oxímoron como concepto, en la práctica resulta ser progresismo en demandas transversales y neoliberalismo en lo económico, con sometimiento corporativo en lo político y admisión del darwinismo social como método de organización comunitaria.
 
Asistir en medio de este desastre global a consignas supuestamente de “izquierda” referidas a defender los más ancestrales mecanismos de dominación liberal, como la economía de libre mercado, la independencia de poderes, la alternancia gubernamental o la libertad de prensa, dan una idea de la estruendosa derrota ideológica y de la cobardía acomodaticia de gran parte de su dirigencia.
 
De pronto la plusvalía ha dejado de existir, lo mismo que las clases sociales, el necesario arbitraje estatal de las desigualdades a favor del trabajo y no del capital, y el derecho social a la salud, a la educación y al trabajo decente.
 
El estado facilitador de negocios entre privados, generados a partir de emprendimientos financiados desde el propio estado, con los impuestos regresivos pagados por los trabajadores, que no podrán acceder a los bienes generados por esas inversiones estatales, son vistos, sin embargo, hoy como una “plataforma progresista de desarrollo” elogiada como propuesta por muchos que dicen ser “de izquierda”.
 
Con sólo ver la historia, del 1 de mayo, de las mujeres de Chicago, del 17 de octubre o de cualquier lucha popular, es fácilmente observable que no hay cambios a favor de los más humildes si ellos y sus líderes políticos no se los arrancan a quienes se los han negado. Nada indica que con la actualidad pandémica no deba ser igual.
 
La pregunta ya retórica del progresismo occidental de “por qué resurge la derecha”, tiene una respuesta bastante más obvia de la que muchos presumen. Es mucho más fácil encontrar en los pliegues de la traición de la izquierda que en la eficacia de los aparatos ideológicos de la derecha, las causas de esta situación.
 
La desesperación difícilmente sea racional y los miles de trabajadores y trabajadoras arrojados al hambre, a la miseria y a la muerte por COVID-19, son quienes además de sufrir estos padecimientos son acusados de no saber esperar que la limosna de clase de los ricos, el nuevo QUEHACER de la izquierda occidental, caiga sobre ellos en el formato de un derrame de bienestar futuro, muy pero muy futuro. “Funcionales a la Derecha” le suelen decir burgueses de toda laya con la panza llena. La “revictimización” pero político progresista de la víctima del neoliberalismo, es un lugar neciamente común.
 
Los únicos países que han dado una respuesta razonable y humanista a la pandemia son los países que no son neoliberales: Rusia, China, Vietnam, Cuba, y Venezuela entre otros, donde el progresismo neoliberal no forma parte de su paisaje político oficialista.
 
La derecha le ha ganado el debate a la izquierda occidental y sale fortalecida de esta pandemia. Casi nadie se atreve con ella, casi nadie toca sus bienes mal habidos, aunque sean necesarios para salvar la vida de millones.
 
Esta vocación conservadora de la izquierda occidental la torna innecesaria para defender el presente y el futuro de los trabajadores y trabajadoras, pero a su vez estratégica y funcional a la derecha global, para validar el “no hay alternativa” del neoliberalismo, desde una mirada “progresista”.