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08-06-2021

Perú, elogio del latino americanismo

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Tras haberse realizado las elecciones en Perú, donde el maestro rural José Pedro Castillo se impuso ante la líder de la derecha Keiko Fujimori, el analista de política internacional Marcelo Brignoni propone reflexionar sobre el salvaje experimento desarrollado por el neoliberalismo en la región, a través del cual se ha intentado desterrar de la memoria popular las ancestrales luchas peruanas fundadas en el espíritu sanmartiniano de la liberación colonial y también en el mariateguismo de principios del Siglo XX.

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Mientras transcurren las primeras horas del extraordinario triunfo del maestro rural José Pedro Castillo Terrones en Perú, y se desarrollan los postreros intentos de golpe de estado de la candidata derrotada, resultan necesarias algunas reflexiones.
 
Perú, tal vez el experimento más salvaje del neoliberalismo en la región, el que incluso está explícitamente incluido en su Constitución, “legado” de Fujimori, parece cambiar positivamente.
 
Aquella Constitución de 1993 dice que el estado no puede intervenir en la economía y que la Presidencia del Perú, que es ejercida por un período de 5 años, no tiene posibilidad de reelección alguna.
 
Este formato institucional a medida, donde quedó plasmada la redefinición de la relación de servidumbre entre el sistema político del Perú y los poderes fácticos, permitió que el poder económico transnacional que opera en Perú, con una oligarquía local, que sólo actúa como delegada, pusiera y sacara presidentes como muñecos y que estos transitaran sin más desde el Palacio de Gobierno a la Cárcel de la Base Naval del Callao, o al suicidio como Alan García.
 
El próximo 28 de julio, fecha constitucional de asunción del Presidente de Perú ante el Congreso de la República, el país tendrá casi por primera vez, como ya sucediera con Evo Morales en Bolivia, un Presidente parecido a su propio pueblo.
 
Pasar de aquel último presidente electo, Pedro Pablo Kuczynski Godard, destituido y condenado, a este comprometido maestro rural de Tacabamba, en los Andes peruanos, ha sido un tsunami popular que dejó patas para arriba al viejo sistema político de dominación colonial instalado en el Perú.
 
Desde aquel presidente que estudió en el Markham College de Lima y posteriormente complementó su educación en el Exeter College de la Universidad de Oxford en el Reino Unido a este autodidacta popular consagrado presidente, el cambio positivo es difícil de mensurar en lo inmediato.
 
Hoy parece lejano aquel Golpe Parlamentario, perpetrado a inicios de noviembre del 2020, por Acción Popular y Keiko Fujimori, que depositó muy brevemente en el Palacio de Gobierno al poco recordado Manuel Merino y que suscitó un masivo repudio callejero y social. Este presente victorioso del pueblo peruano se nutrió de lucha y también de víctimas, inolvidables aun en este momento de alegría.
 
El ascenso al gobierno del líder de la huelga docente de 2017, se reconoce en viejas y ancestrales luchas peruanas, en el espíritu sanmartiniano de la liberación colonial y también en el mariateguismo de principios del Siglo XX.
 
Y su logro está muy vinculado a varias de las ideas que los paladines de la globalización,  a derecha e izquierda, han querido y quieren desterrar de la memoria popular, transformándonos en aborígenes digitales, los sin orígenes del siglo XXI, como hicieron los colonizadores del siglo XVI y XVII. Entonces “convertidos a la fe” colonizadora, hoy “ciudadanos del mundo”.
 
Un mundo sin tradiciones, sin países, sin historias, sin religión, sin luchas precedentes, sin familias, sin sexo, sin identidad alguna. Sin ciudadanos, sólo con consumidores.
 
Como sucediera en la primera década del Siglo XXI al influjo inicial de Hugo Chávez, ante esta “centroizquierda” domesticada en América Latina, transformada en una socialdemocracia de outlet periférico, el movimiento popular en nuestra región resurge desde sus tradiciones más profundamente plebeyas, más auténticamente latinoamericanas, más anticoloniales.
 
El “espejo europeo”, esa absurda pretensión de algunos sectores bien intencionados de transformar la agenda de demandas representativas de los problemas de Estocolmo o de Copenhague en el programa de los sectores populares de Cuzco o de La Matanza, no interpela más que a los incluidos, inmensa minoría del colectivo que debe albergar el movimiento popular, para serlo en sentido mayoritario.
 
El 16 de noviembre del año 2000, Valentín Paniagua de Acción Popular (el mismo partido del fugaz Manuel Merino) fue elegido como presidente del Congreso y luego presidente de transición, tras la renuncia desde Brunei de Alberto Fujimori. Su nefasto legado, sin embargo, aún persiste y es hora de dejarlo atrás. Felizmente el pueblo peruano, en su mayoría, parece pensar lo mismo.
 
Nadie nunca le regaló la democracia a nuestra América Latina, y mucho menos Europa. Sólo la lucha popular organizada de la Patria Grande Latinoamericana, nos traerá mejores condiciones de vida.