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MARCELO BRIGNONI

29-07-2016

La Amenaza de la Gobernabilidad

Para algunos sorpresivo, para otros no tanto, el accionar del Gobierno de Macri, de antes y de ahora, demanda una lectura cuidadosa por parte de la dirigencia política, y sobre todo por parte del peronismo, acerca de los roles de oficialismo y oposición, en el marco de una política de claro desprecio de los intereses populares, por parte del Gobierno Nacional

Asistimos impávidos hace menos de un mes, al discurso del Presidente Macri, en el marco de la conmemoración del 200 Aniversario de la Declaración de Independencia, en un formato de festejo que recuerda pocos antecedentes.
 
Tal vez, la pieza más notoria de un discurso ofensivo y descalificatorio de aquellos patriotas del 9 de julio, haya sido no solo la insólita invitación al vetusto ex Rey de España, sino la reflexión del Ingeniero Macri, cuando señaló que aquellos argentinos “deberían tener angustia de tomar la decisión, querido rey, de separarse de España”. Patético. Increíble.
 
Sin embargo, acciones como estas, deben obligarnos a una reflexión más profunda. 
 
La convivencia institucional con el macrismo, acompañando muchas veces la agenda del PRO en el Congreso (arreglo con los buitres, jueces de la corte, blanqueo) más allá de las razones expuestas, y de su aporte a la denominada “gobernabilidad”, confunde muchas veces los límites entre el oficialismo de Cambiemos y la oposición peronista.
 
En el marco de una ola feroz de ajuste contra el pueblo, que el gobierno macrista reivindica cotidianamente, y que no registra antecedentes cercanos en el tiempo con este nivel de ferocidad y desprecio por los más humildes, no parece ser la opción de la “gobernabilidad” algo muy valioso, sobre todo si buscamos en sus orígenes, cuando surgiera como propuesta de acción del Banco Mundial, en tiempos de apogeo del Consenso de Washington.
 
La agenda del macrismo, sobre todo en lo referido a políticas económicas, aunque no solamente en este campo, propugna claramente un modelo derivado de la vieja y fracasada “teoría de la oferta”, que impulsa en la práctica, una distribución regresiva del ingreso, la liberalización radical de los mercados y el abandono de buena parte de los instrumentos de regulación del Estado, para maximizar la rentabilidad empresarial y relanzar un hipotético crecimiento, que había sido debilitado, según sus palabras por “Políticas Populistas Keynesianas Kirchneristas”.
 
En los hechos, esta teoría de la oferta y el “derrame”, sirvió de basamento al modelo neoliberal, impulsado por la oligarquía vernácula, la que impuso el predominio de la lógica financiera por sobre la productiva, un bajo crecimiento estructural, una sobreacumulación de capital financiero que forma burbujas especulativas cíclicas y explosiones periódicas, una pérdida enorme en el poder adquisitivo del salario y un deterioro creciente de las condiciones de trabajo. Este ha sido el resultado real de estas políticas en el tiempo, y es el mismo que se repite ahora, aunque resulte increíble que después de todo lo sucedido en nuestro país, estas ideas sean reivindicadas nuevamente, como insumos valorables en términos de políticas públicas.

A pesar de esta realidad incontrastable, la respuesta de hoy en Argentina, Macri mediante, es la radicalización del instrumental neoliberal y sus recetas de recorte del gasto público y de los salarios, de hegemonía desregulada de los mercados y la ilusión de una supuesta competitividad positiva, impulsada por el ingreso masivo de productos importados. Estas importaciones, 44% mayores que en igual periodo de 2015, han tenido como único efecto, la quiebra de pequeñas y medianas empresas, y la pérdida de puestos de trabajo.
 
Aquellos medios de comunicación, que pertenecen a los grupos económicos que se benefician de las medidas de Macri, acompañan este recitado de catecismo pagano, junto a una parte de la dirigencia política, muchas veces a merced de estos intereses, o imbuida de la expectativa de su propia reproducción salarial estatal.

El rol de las dirigencias políticas, y sobre todo de las formalmente opositoras a estas políticas, aquí y en el mundo, no puede estar centrado en la “gobernabilidad”, ya que allí solo será un eslabón pequeño, de una cadena en la que no participa de ningún ámbito de decisión a favor del pueblo. Será a su pesar, el instrumento de una pequeña elite, conformada por los grandes conglomerados económicos multinacionales. 
 
En la situación actual de nuestro pais, con casos desesperantes para la supervivencia de millones de familias argentinas, la “gobernabilidad” se percibe a nivel popular, tal vez injusta pero ciertamente, como un grupo encargado de determinar la curvatura del círculo, las metas de inflación y endeudamiento que no se cumplirán, y otros temas aun de menor interés, sin contacto con las necesidades reales de la población.
 
La globalización, y de ahí el gran error argentino de esta etapa, no retribuye a participantes dóciles y alegres. La liberalización financiera que se generalizó desde los años 80, significa la amenaza del capital internacional contra los grupos nacionales de trabajadores. Los empresarios globales amenazan con migrar si los trabajadores no admiten paulatinas reducciones de salarios o creciente flexibilización de las condiciones de trabajo. Ante esto la única defensa es la consolidación del mercado interno. Todo lo contrario de lo que hace, este gobierno de Argentina, aplaudido por los globalizadores. Los mismos que cuando los Estados han intentado imponer marcos regulatorios al capital transnacional, han impulsado críticas despiadadas desde los organismos multilaterales, organismos cuya única misión verificable en los últimos 25 años ha sido la expansión global de la desigualdad.

Estas políticas aplicadas en muchos países, no han servido solo para generar una concentración del ingreso a nivel global, como no se veía desde hace casi cien años. Esta pérdida de expectativas populares, ante la rendición incondicional de la política ante el mercado, es la base de la crisis que atraviesa Europa por esto días, Brexit incluido. Lo que muestra el neoliberalismo, aquí y en el mundo, es, en definitiva, un retroceso dramático de las condiciones de funcionamiento de la democracia, cuyos alcances nunca deben proponerse, según ellos, desoír las indicaciones de la burocracia financiera global, como su agente tutelar.
 
El prestigioso Evo Morales, en una definición extraordinaria señalo hace poco en Naciones Unidas “…la demostración más clara de que para la globalización financiera es más importante el dinero que las personas, es que este circula libremente y las personas no…”. Brillante y sencilla descripción de la realidad actual.
 
A esta situación, se le agrega además, una creciente polaridad entre los países ricos y pobres. Si ya hay en muchos países una redistribución regresiva del ingreso al interior de su propia población, también se ha intensificado el flujo de recursos desde los países más pobres a los más ricos, y los tratados de libre comercio, discutidos en estos días, solo agravan este problema de relaciones asimétricas y desiguales.
 
El propio Donald Trump, ha señalado hace muy pocos días, y no desde una visión izquierdista, que el Acuerdo de Libre Comercio Transpacífico, perjudica a los trabajadores estadounidenses.
 
En este marco internacional, está claro que el florecer de un conjunto de partidos anti sistema, en distintos lugares de Europa y América del Norte, no es fruto de la casualidad, o de la intolerancia de sus poblaciones. 
 
No lo es en Gran Bretaña, pero tampoco en Alemania, en Francia, en Holanda, en Austria, en Hungría, en Polonia o en Estados Unidos. 
 
El avance de formaciones anti sistema, en algunos casos oligárquicas y en otros nacional populistas, es la consecuencia de un modelo económico y social que no admite válvulas de escape, criticas o puertas de salida, y que se ve a sí mismo como celestial e inmodificable. 
 
De hecho, este proceso anti globalización financiera, que tuvo su origen en Suramérica, es hoy en Europa una opción ante el accionar de algunos partidos tradicionales de pasado popular y referencia socialista, los que llamados a captar y a representar como opción democrática a los sectores postergados, se convierten en los cancerberos más acérrimos del régimen. El caso de Francia tal vez sea el más notorio por estos días, aunque no el único. En Europa, mientras crece la oposición popular contra el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos –el TTIP–, el vicecanciller alemán y líder del partido socialdemócrata, Sigmar Gabriel, es su principal abanderado, contra la propia opinión de los sindicatos. En nuestro país, el peronismo sufre claramente esta amenaza de sentido historico y propuesta de acción política, ante la renacida ilusión de domesticarlo.
 
En este momento político, y pasado el golpe inicial que el peronismo acusó producto de su derrota, deberá tomar muy en serio, el rechazo que este modelo de desarrollo global, que intenta impulsar el gobierno del presidente Macri en Argentina, despierta en otras latitudes.
 
Es imprescindible desde el peronismo, comenzar a acompañar un debate más serio e histórico sobre la igualdad y el desarrollo, que incluso ya se está sintiendo con alguna fuerza, en el propio seno de los organismos más ranciamente asociados al modelo globalizador financiero, como el propio Fondo Monetario Internacional.
 
El triunfo de Macri, y estos casi ocho meses de gobierno, pueden ser una dramática vuelta hacia atrás en los logros de los sectores populares en nuestra patria, pero pueden ser también, el inicio de la reconstrucción de una sociedad política y social en Argentina, que, con vaivenes, nos ha permitido ser el país más igualitario e inclusivo de América Latina, gracias al peronismo, a la lucha de los trabajadores y a 70 años de insistencia contracultural, iniciada el 17 de octubre de 1945. 
 
En un caso o en el otro, el rol del peronismo, seguramente marcará un hito importante, porque nunca los intereses de minorías y mayorías dejaron de estar en conflicto en estos 200 años de historia de la grieta, a pesar de que hoy, una “minoría consistente” nos quiera presentar sus intereses sectoriales, como los intereses de las mayorías populares.
 
De cómo el peronismo lo procese, asistiremos a la renovación de la gran esperanza de las mayorías, que permita recuperar lo mejor de sus tradiciones populares y constituir una nueva síntesis política y social, a favor del pueblo trabajador, o asistiremos a su derrota histórica ante la “gobernabilidad”, de la agenda oligárquica.
 
Será probablemente esta, la primera “pelea de sentido” de este nuevo tiempo, como lo fuera “Braden o Perón” o “Liberación o Dependencia”, y ojala nos encuentre donde hemos estado, al lado del Pueblo.