14-11-2016
La ira de los caídos del “sueño americano”, aquel apotegma expresado por primera vez en 1931 por James Adams, es el componente principal, para explicar esta victoria de Donald Trump, tan clara como contundente, y con un futuro de incertidumbre manifiesta. Aquella prosperidad americana del pasado, asignada culturalmente a las habilidades de cada uno, y ajena a un destino prefijado por la jerarquía social, dejo de ser un destino alcanzable.
Trump puede ser acusado de muchas cosas, pero no de haber llevado a la pobreza y a la falta de futuro, a generaciones de trabajadores americanos, que construyeron un pasado de bienestar y hoy viven un presente gris, ante un futuro igual para sus hijos, gracias a Bush primero, y las opacas administraciones de Obama posteriormente.
Nuestro país, a través del Presidente Macri, tuvo una visión absurda sobre el escenario internacional, designando al asumir su mandato a Susana Malcorra, a partir de un pedido de la administración demócrata.
Malcorra no lo privo de papelón alguno, trabajando desde lo que ella es, una lobista profesional de los “tanques de pensamiento” del partido demócrata estadounidense.
Su candidatura a Secretaria General de ONU, que le costó millones de pesos a nuestro país, por sus viajes por el mundo, el absurdo memorándum firmado con el Reino Unido por Malvinas y la participación explicita de nuestro gobierno, de modo inédito e inverosímil, en la elección estadounidense a favor de Hillary Clinton, son los más notables, pero no sus únicos papelones.
Macri, como muchos, no advirtió, por su ignorancia y preconceptos ideológicos, religiosos y culturales, que los análisis más serios del Estados Unidos profundo, marcaban una demanda de cambio creciente.
Estados Unidos perdió 5 millones de puestos de trabajo industriales desde 2008, por la velocidad de la crisis de la globalización financiera, y porque la deslocalización de las empresas, dejo desocupación con plantas industriales oxidadas, a lo largo de todo el medio oeste, con escasas ofertas laborales, de carácter contracultural y con salarios a la mitad de sus valores históricos.
El triunfo de Trump, es la derrota de la continuidad rampante de la Globalización Financiera, con un futuro de incertidumbre, pero con una clara tendencia en lo previo, a un capitalismo más regulado, donde el comercio de bienes tangibles y con valor de mano de obra agregada, desplace a la “dictadura” de los derivados financieros.
En un mundo donde esos servicios financieros, ganan 40 veces más que los que producen bienes, la justificación política de esa cosmovisión, estuvo representada, muy paradojalmente, por Hillary Clinton, y no por Trump. El gobierno de Macri, un anexo del Comité de Campaña de Hillary, se inmoló con ella.
Era fácil observar, con solo estirar la mirada, y a pesar de lo que dijeran algunos “especialistas”, que los excluidos americanos, en su número y extensión, eran la plataforma social y electoral necesaria, para propuestas de rechazo a lo existente, que se manifestaron en las candidaturas de Donald Trump, pero también en la Bernie Sanders. Candidatura de Sanders, que, con enorme dificultad, pudo obturar la burocracia del Partido Demócrata en el poder, en su propio beneficio.