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MARCELO BRIGNONI

13-07-2021

El Regreso del Soft Power Imperial

Por Marcelo Brignoni para La Tecl@ Eņe Revista.

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Transcurridos unos meses de la asunción de Joe Biden en la Casa Blanca de Washington, comienzan a verse con nitidez sus estrategias de política exterior. Las ilusiones de aquellos que veían en Biden una recuperación democrática y una vocación por los derechos humanos globales aparecen por estos días más cerca de la autocompasión que de la ratificación de aquellas expectativas.

Los hechos en Haití, Nicaragua, Venezuela y Cuba, sumados a la votación a favor del bloqueo a Cuba, sucedida en la Asamblea de la ONU en los últimos días, tienen el sello de lo que vendrá.

Históricamente los gobiernos demócratas estadounidenses usaron para su injerencia en los países y para sus estrategias de desestabilización de gobiernos populares, niveles de sofisticación menos visibles que los republicanos, pero mucho más eficientes. En esta caja de herramientas podemos encontrar la cooptación de los organismos multilaterales, la proliferación de organizaciones no gubernamentales (en realidad organizaciones para gubernamentales de EE.UU.), el desarrollo de la National Security Agency para el espionaje masivo, la estrategia del lawfare para perseguir y proscribir dirigentes populares, y la creación de redes tecnológicas de manipulación y distribución de noticias falsas conocidas generalmente como GAFAT, por el acrónimo que nuclea el nombre de las empresas que trabajan codo a codo con la Central Intelligence Agency y la NSA: Google, Amazon, Facebook, Apple y Twitter.

Las elaboraciones y conceptualizaciones referidas a estas estrategias tampoco son necesariamente secretas. Con solo leer “El Gran Tablero Mundial, la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos” de Zbigniew Brzezinski, entenderemos su mirada del “multilateralismo”. Analizando la obra de Joseph Nye comprenderemos el origen conceptualmente injerencista del denominado soft power, y recorriendo “Vigilancia Permanente” de Edward Snowden, entenderemos el origen, el desarrollo y la manipulación de las redes del GAFAT con su secuela de fake news y campañas organizadas y ocultas para desestabilizar gobiernos y países.

Por todo esto, tal vez sea más pertinente llamar al Soft Power como SHADOW POWER, ese poder en las sombras administrado desde un país para condicionar o conspirar contra las decisiones soberanas de otros y de sus pueblos, desconociendo el derecho internacional y apalancado en una supuesta delegación no dada que pretende fiscalizar valores y conceptos en otros países, incluso de modo ajeno a los mandatos y obligaciones surgidas de la propia Carta Fundacional de Naciones Unidas.

Como dijera recientemente la Cancillería de la República Popular China sobre la pretensión injerencista de Estados Unidos y el G7 en el escenario internacional: “Esas intenciones contravienen los propósitos y principios de la Carta de la ONU y la tendencia de los tiempos de paz, desarrollo y cooperación. Pone en evidencia las malas intenciones de Estados Unidos y de unos cuantos países más para crear deliberadamente antagonismos y ampliar las diferencias”.

La imposibilidad de volver al Mundo Unipolar que EE.UU. sueña como su destino histórico, ha hecho que se relancen todas estas herramientas pergeñadas y perfeccionadas durante el gobierno de Obama-Biden, y que ahora aquel ex vicepresidente, hoy presidente, pone de nuevo en el escritorio de trabajo del Departamento de Estado.

Aquel momento de ruptura, a finales de los 80, estuvo marcado por la caída del Muro de Berlín y los incidentes de Tiananmén en 1989 y por el derrumbe de la URSS en 1991; EE.UU. sintió que la historia había terminado y que su triunfo era total y permanente.

Hoy la situación es bien otra, Biden lo sufrió en carne propia en su paso por el G7 de Cornualles y en la Cumbre de Ginebra con Vladimir Putin.

Aquellos paradigmas como “Fin de la Historia”, “Paz Democrática”, “Civilización Global”, profundamente autoritarios, dieron origen al soft power que se convertiría en el caballo de batalla académico y político de las “almas democráticas occidentales”. La Unión Europea, reunificación alemana incluida, nos empezaría a hablar de “gobernanza” como mirada similar pero europea.

Lo que se llamaba tiempo atrás colonialismo e injerencia pasaba ahora a tener nombres más amigables, según la decisión publicitaria de los colonialistas.

En este 2021, los sucesos de Cuba no pueden ser analizados sin el prisma de estas operaciones y estas estrategias relatadas. Tampoco lo que pasa en Venezuela, Nicaragua y Haití.

La asonada de violencia en Caracas aparece como contemporánea del inicio del dialogo promovido por el legítimo gobierno de Venezuela, que incluso reafirmó su voluntad de participar en una mesa internacional de diálogo si “Estados Unidos (EE.UU) y la Unión Europea (UE), levantan todas las sanciones sobre Venezuela y si todos los sectores políticos, al sentarse, reconocen la validez y el funcionamiento de los Poderes Públicos y la constitucionalidad del país y sus autoridades legítimas”. Increíble que una obviedad semejante deba ser pedida por un Gobierno Legítimo ante el autodenominado “mundo democrático”, que reconoció a un tipo que se autoproclamó en una plaza como Presidente de Venezuela.

La situación en Cuba es contemporánea a la decisión de la Asamblea General de reiterar con 187 votos su posición contra el embargo inhumano a ese país. El “nuevo” EE.UU. del demócrata Biden, sigue reiterando el respaldo al bloqueo y el apoyo a los planes de desestabilización de Cuba. La sorpresa de quienes esperaban una revisión de sus apoyos desestabilizadores contra el pueblo cubano solo puede prevenir de aquellos que desconocen los pliegues reales de la política estadounidense.

Los comienzos de la campaña anti Cuba se hicieron, como en el pasado, con datos manipulados instando a que distintos artistas y personalidades participaran en Twitter con el #SOSCuba. Pretendido llamado por las muertes por COVID y la falta de recursos médicos. El cinismo es tal que nadie de los organizadores de esta campaña dice que la falta de insumos es producto del bloqueo que lleva adelante el demócrata Biden, de quien los liberales progresistas nos habían dicho que inauguraría un nuevo tiempo lejos del “fascismo de Trump”. Difícil encontrar un razonamiento más ingenuo.

Es necesario recordar, una vez más, que las estrategias para destruir UNASUR y los gobiernos populares de la región, y perseguir, proscribir y encarcelar a los dirigentes populares, surgieron de las entrañas del gobierno Obama-Biden, y que todas esas estrategias están de vuelta entre nosotros de la mano de uno de sus creadores.

Incluso las Organizaciones Paraestatales Estadounidenses (mal llamadas Organizaciones no Gubernamentales) tienen un rol protagónico en la campaña de desestabilización de distintos países de la región, con operaciones incluso aquí, desde Argentina. Como informo el analista Julián Macias Tovar, una de las dos cuentas que reciben más RTs sobre Cuba es participante habitual en decenas de hilos sobre desinformación y fake news como se recopila aquí: https://t.co/abA9Uyu8EU. Agustín Antonetti (@agusantonetti) de la Fundación Libertad (@FundLibertadRos), es uno de los protagonistas principales de estas acciones. En el trabajo de Tovar se muestra el mecanismo de viralización con cuentas recién creadas, enlazando artistas y cuentas con millones de seguidores con un tuit solo con #SOSCuba, sin ningún texto acompañando. Pero la mayoría de los medios internacionales hablaron de que los famosos pedían “un cambio en Cuba”.

La reedición de esta operatoria probada con éxito para destruir Libia en tiempos de Obama-Biden-Hillary Clinton, está de nuevo entre nosotros y debemos redoblar la atención al respecto.

Lo sucedido en Haití, con una operación mercenaria extranjera para asesinar al Presidente Jovenel Moise, también se inscribe en este revival de injerencia desesperada en la región. El inmediato reconocimiento de la autoridad estadounidense a la sucesión presidencial autoproclamada de Claude Joseph, que había sido relevado de su cargo de primer ministro por el propio Moise dos días antes de que el presidente fuera asesinado, es una casualidad difícil de explicar como tal, y nos obliga a reflexionar sobre si el magnicidio no aparece también en la región como opción de injerencia extranjera en casos extremos.

La situación en Nicaragua tal vez sea la más compleja de las cuatro. Las críticas públicas de distintos sectores del Frente Sandinista de Liberación Nacional al liderazgo de Daniel Ortega, nos obligan a mirar lo que sucede con atención, pero no debieran hacer que evitemos observar lo obvio. Que la propensión de EE.UU. de instalar un nuevo gobierno nicaragüense está mucho más vinculada a su vocación de controlar el país para futuras obras logísticas bioceánicas que a su preocupación por la democracia en Nicaragua. Consigna que se desvanece con solo observar su participación en la operación Contras, que incluso motivó un juicio internacional de Nicaragua a EE.UU. en la Corte Internacional de Justicia, cuyo fallo en contra EE.UU. nunca admitió ni cumplió. El nombre completo del caso fue Actividades militares y paramilitares contra el Gobierno de Nicaragua (Nicaragua contra Estados Unidos). La Corte dictaminó en favor de Nicaragua, pero EE.UU. se negó a respetar y acatar el fallo de la Corte.

El fracaso de la búsqueda de recomposición de liderazgo de EE.UU. a su paso por el G7 y la Cumbre de Ginebra, lo ha hecho desempolvar todas sus herramientas para recomponer su hegemonía en crisis en su autoproclamado patio trasero.

Las derrotas de los candidatos predilectos de EE.UU. en las elecciones de Bolivia, Chile y Perú encendieron las alarmas en Washington sobre su último espacio geopolítico de pretendida influencia estratégica, Latinoamérica.

Los hechos señalados indican que Latinoamérica está obligada geopolíticamente, si quiere conservar o expandir sus democracias, a plantearse relaciones exteriores multipolares autónomas, lejos de la obediencia a EE.UU. y el alineamiento con la OEA.

De lo contrario, aquel canto histórico de los luchadores populares perderá sentido y pasará a ser Patria No Colonia Sí.