Santa Fe, Jueves 21 de noviembre de 2024
16-05-2016
Las políticas neo-liberales que excluyen del Estado de Bienestar a millones de personas alrededor del mundo nos obligan hoy a repensar paradigmas, conceptos, estrategias y marcos de alianzas de los sectores populares, ante un escenario internacional de creciente concentración de la riqueza y el poder, antítesis de una democracia de iguales, con ciudadanía plena. Estas reflexiones aspiran a ser un punto de partida
Asistimos por estos días, a una brutal restauración conservadora en Argentina. El triunfo del Ingeniero Macri, sumergió a nuestro querido país, en un túnel del que todos creíamos haber salido, después de varios años de lucha por una sociedad más justa e igualitaria.
Al lado de la Argentina, en Brasil, acaba de consumarse un Golpe Parlamentario donde Dilma Rousseff fue suspendida como presidente del Brasil y el autoproclamado Presidente Michel Temer, anuncia las mismas políticas socioeconómicas que en Argentina está imponiendo Mauricio Macri.
El “privilegio” de tener trabajo, ya no visto como derecho sino solo como posibilidad de logro individual, y la búsqueda desesperada de recursos extra salariales que permitan afrontar una inflación desaforada en alimentos y bienes de consumo masivo, dejaron de ser tristezas del pasado, para convertirse en angustias del presente.
El objetivo no confesado por esas políticas de gobierno es lograr lo que se denomina “salarios a la baja”, es decir, conseguir que la discusión sobre las siempre conflictivas relaciones capital-trabajo salgan del círculo virtuoso de la redistribución del ingreso, para volver a instalarse en el triste recuerdo y peor presente del sálvese quien pueda, y el miedo a perderlo todo.
Retorna lo “Mejor de la República y el Mercado” contra lo “Peor del POPULISMO y el Intervencionismo Estatal”, al decir de los voceros a sueldo del capital financiero.
El proceso que hoy atraviesa Suramérica, nos obliga a reformular sin pereza intelectual, ideas y propuestas. Viejas ideas y propuestas usadas hace tiempo, hoy son objetos de museo que no dan cuenta del mundo en que vivimos. Mundo que desde la caída del muro de Berlín hasta aquí, ha padecido un languidecer de las ideas y de la política como método de abordaje de la organización de las naciones y la convivencia de los pueblos.
Tal vez los datos más brutales puedan ser la crisis de las ideas, por igual, de derecha y de izquierda, y el avance indetenible de la anti política. La derecha europea, aun sin toda la convicción, había respetado el marco institucional en el que el movimiento obrero organizado había consolidado la protección laboral y social del Estado de Bienestar. En sus gobiernos sin embargo, la facilitación de la ampliación de los marcos de valorización del capital y la garantía de la rentabilidad privada, siempre estuvo presente, aunque luego fue dando lugar a la promoción de la progresiva retirada del Estado de la economía, y finalmente en una vuelta de campana antinómica de su propio discurso, se instaló la presencia de un Estado que ya no se retiraría durante el periodo neoliberal de la economía, sino que modificaría sus pautas de intervención, para ponerse al servicio de la nueva hegemonía financiera. El Estado, que había sido territorio de la política, pasó a ser “capturado” por los intereses del capital financiero y por ende de la anti política.
La eliminación de los controles de capitales, la liberalización de los mercados monetarios y de los tipos de interés administrados, la apertura de los mercados bursátiles, la flexibilización de los coeficientes mínimos de reservas que debían mantener las instituciones financieras, el aumento de la edad jubilatoria, la flexibilización laboral, la concentración planificada del ingreso, o el impulso dado por las administraciones a los mercados de deuda pública, son ejemplos del tipo de medidas mediante las cuales los Estados ya no solo no fueron “neutrales” sino que trabajaron abiertamente contra el Estado de Bienestar, facilitando la instalación de la “hegemonía financiera”.
La izquierda por su parte, y sobre todo los “socialismos europeos” actuales, que aún sin mucha explicación siguen llamándose así, muestran el equívoco panorama de un nombre que no corresponde con su real adscripción actual a las formas más culposas, pero explícitas del neoliberalismo. Un socialismo europeo que de tener como banderas la utopía y el compromiso con los más débiles, pasó al posibilismo primero y al neoliberalismo después.
El proceso que hoy vive Europa con Partidos Socialistas que forman parte minoritaria de gobiernos de derecha a escala nacional como en Alemania, y a escala continental como en la Unión Europa, los muestra acompañando dócilmente las políticas de Merkel y de Jean Claude Juncker, poniendo más claro que nunca su “innecesariedad política, social e histórica” en la actualidad.
Pero a pesar de que “los socialismos”, han abandonado a sus representados históricos, estos siguen existiendo, y esta tensión está produciendo el surgimiento de nuevas fuerzas políticas que recogen estas demandas de una representación que lleve adelante una agenda contestataria de la agenda del “fin de la historia” que propone el capital financiero.
La insistencia del neoliberalismo, de verse a sí mismo, como un deseable e infalible productor del “bienestar general”, de pensarse como un fundamentalismo religioso, abre lugar sin embargo en su inconsistencia, a experiencias “infieles” de búsqueda de alternativas. El surgimiento de estrategias disimiles pero contestarías, como el Frente Nacional de Marine Le Pen, o el Parti de Gauche de Jean Luc Melenchon, la candidatura de Pablo Iglesias en España, la candidatura de Bernie Sanders en USA, e incluso la propia candidatura de Donald Trump indican a las claras que la “deserción” de los socialismos y de las fuerzas políticas del “sistema” de la agenda política que otrora defendieran, hace que estos sectores sociales mayoritarios, excluidos del modo actual de distribución de bienes y recursos, busquen nuevas referencias fuera de lo que llamamos “Bipartidismo Financiero”, el que ya no incluye sus demandas.
En tanto y en cuanto los viejos partidos de izquierda y derecha en USA, Demócratas y Republicanos, y en Europa, Socialistas y Populares, forman hoy en la práctica parte de la “Internacional Bipartidista Financiera”, se torna muy necesario pensar ideas, descripciones, lenguajes y organizaciones ajenas a estos criterios “Universales Neoliberales”.
Suramérica fue la primera región que impulsó este proceso, peyorativamente denominado POPULISMO, que al decir de la derecha es irresponsable con las cuentas públicas, al que la “prensa libre” lo tildará de autoritario y al que gran parte de la academia y la pseudo izquierda socialdemócrata, seguirá sin entender, continuando una línea histórica de incomprensión con los fenómenos de masas y las luchas populares, tanto en Argentina como en la Región.
De hecho los llamados Partidos Socialistas de Suramérica, en consonancia con sus pares europeos que forman parte del “Bipartidismo Financiero”, se han opuesto y se oponen a procesos como los del PT en Brasil, el Kirchnerismo en Argentina, el MAS en Bolivia o la experiencia de Rafael Correa en Ecuador.
La agenda Suramericana del POPULISMO, sigue sin embargo resultando elogiable. A pesar de sus errores y sobre todo entendiendo que esta práctica política estatal en beneficio del pueblo, esa categoría tan extraña para las academias más tradicionales y tan comprendida y abrazada por las mayorías argentinas y de la región, sigue siendo un modelo y una conjunción de ideas y prácticas que deben ser llamadas por su propio nombre.
Podríamos preguntarnos entonces, ¿qué hace la Ciencia Política para disponer de un conjunto de herramientas de abordaje que permitan describir y comprender las luchas por el poder y los recursos al interior de los países y de las sociedades que llevan adelante los POPULISMOS? Sin embargo la pereza intelectual de no entender algo que no puede ser juzgado con las categorías tradicionales, desplaza el análisis del POPULISMO, a la categoría de sub ciencia, de sub política. Cuando en realidad es una sub comprensión de la realidad, pero por parte de la Ciencia Política.
La política no puede tener “pretensión científica” si entendemos a la ciencia como lo que es, una prueba empírica que se ha transformado en una convención descriptiva reconocida por todos, como la explicación valedera de un suceso. ¿Que era la ley de gravedad antes de la manzana de Newton?, ¿que era la teoría de la relatividad antes de Einstein? Presunciones. ¿Cuál es la diferencia central de la agenda de políticas públicas entre socialistas y populares europeos? Muy poca, casi ninguna. Por ende no debieran ser descriptos como distintos, partidos políticos muy similares.
Esta falsa pretensión de la “academia” que intenta describir como distintas a fuerzas políticas casi iguales, produce un vacío, que deja a trabajadores, jóvenes, refugiados y vulnerables, librados a su suerte, y sin representación, y tiene por estos días su escena más promiscua cuando en el Parlamento Europeo socialistas (S&D) y populares europeos (PPE) acuerdan ante la presión de las cámaras empresarias, sacar adelante el tratado de libre comercio e inversión de la Unión Europea con Estados Unidos, popularmente denominado TTIP.
A pesar de estos datos explícitos de la realidad, gran parte de la Ciencia Política no se atreve hoy a introducirse en el fenómeno del POPULISMO e intenta categorizarlo con prejuicios y denigraciones ideológicas, muchas veces racistas, repitiendo los dogmas de una socialdemocracia que ante su sometimiento político y conceptual, necesita autodefinirse como la “única opción” de trabajadores y vulnerables, cuando en los hechos, dirigentes populares y socialistas europeos, acaban por tener intereses de clase que en lo fundamental resultan comunes. Casi todos ellos forman parte del establishment, al que podríamos definir como el sistema de privilegios con que el capital financiero premia a quienes se someten a su agenda, tanto al interior de la dirigencia política, como al interior de las organizaciones de la mal llamada “sociedad civil no gubernamental”.
La gran crítica al POPULISMO es en realidad una rendición intelectual ante sus virtudes, sobre todo en Suramérica. El neoliberalismo le teme y lo ataca, porque ha demostrado que puede ganar elecciones y gobernar, que puede construir alianzas sociales muy amplias sin renunciar a la prioridad de la agenda de los trabajadores en sus programas de gobierno. Son fuerzas políticas que van mucho más allá de la denuncia y la impotencia de espacios y partidos de izquierda clásica, tan cercanos al poder, como los polos entre sí.
Es hora más que nunca de un POPULISMO que promueva un Estado de Bienestar a escala global, con alta presencia de los Estados Nación y con nuevas Herramientas Supranacionales que planteen las necesarias regulaciones, para no dejar librada, como ahora, la organización de la economía a la “mano invisible del mercado”, y que posea a su vez, la suficiente sensibilidad social y fortaleza política, para no contemplar indiferente las situaciones de desigualdad e injusticia más lacerantes, que tenga capacidad para promover procesos de ampliación de derechos, sin esperar el “derrame” de los beneficios del crecimiento económico, que nunca derramó ni lo hará por propia decisión, más que miseria y desigualdad.
Podrá parecer poco, o un programa político acotado, pero en sociedades donde las políticas de mercado han causado y están causando tantos estragos, significa un cambio profundo de paradigma, la construcción de una identidad orgullosa, propia y desafiante de la injusticia actual. Con vocación de poder y pretensiones globales. Aunque muchos actores de la derecha no estén dispuestos a consentir, el roce de sus privilegios sólo en forma mínima.
El POPULISMO tiene que escribir entonces con orgullo, su propio manual, armar su propia “Internacional” fuera del libreto de los manuales de la “izquierda socialdemócrata” de Suramérica, socia del “bipartidismo financiero”, y sin influenciarse por las “izquierdas clásicas” de grandes postulados ideológicos y escasa representatividad. Socialdemócratas por obsecuentes, y fundamentalistas de izquierda por impotentes, representan para el establishment la “contraparte deseable” de un sistema político que no sea una amenaza a sus intereses.
Es hora de rescatar, organizar y profundizar el POPULISMO a escala global, con sus diferencias y dificultades, y respetando la condición Nacional y Popular de muchos de sus procesos. Entendiendo al POPULISMO como producción de una identidad política que confronte con un proceso de globalización financiera como el actual, que nos obliga a la búsqueda de una organización internacional, que promueva políticas y acciones, en procura de una Globalización Humanitaria y Justa. Allí donde el hombre y no el capital, sean el sujeto de la acción política y de gobierno y donde quede claramente expuesto que el “Bipartidismo Financiero” ya no puede hacer ningún aporte, en beneficio de los trabajadores y de sus familias.
*Marcelo Brignoni es Diputado de Santa Fe, República Argentina, con Mandato Cumplido, y Presidente de la Fundación Encuentro por la Ciudadanía Social