Santa Fe, Jueves 21 de noviembre de 2024
20-09-2016
Pocas veces en la historia reciente de nuestro país, o tal vez nunca, la política internacional de la República Argentina estuvo a merced de las necesidades y pretensiones de una sola persona, a la que nadie votó.
Susana Malcorra lo ha logrado. Esta ciudadana argentina nativa, no residente en nuestro país, y que ha pasado gran parte de sus últimos años viviendo en el exterior, ha decidido candidatearse a la Secretaría General de la ONU. Malcorra viaja por el mundo con viáticos y fondos del Estado, haciendo promesas insólitas, a cambio de apoyo a su candidatura. Promesas que en algunos casos son abiertamente contradictorias con la política internacional de nuestro país, y con la defensa de sus intereses.
En la aspiración de que su candidatura no sea vetada por ninguno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de ONU, situación imprescindible para llegar al pleno de la Asamblea con chances de ser electa, le ha prometido a Estados Unidos la reproducción mecánica de sus posiciones para la región. El caso de la copia del comunicado del Departamento de Estado sobre la destitución de Dilma Rousseff, traducido al español en tiempo récord y difundido por la Cancillería, tal vez sea la expresión más grotesca de esta situación.
La aceptación del pedido francés de recibir 3 mil refugiados sirios forma parte del intento de que Francia no vete la candidatura de Malcorra. El límite de la vergüenza fue cruzado con el acuerdo de “cooperación” con el Reino Unido, anunciado por Malcorra luego de reunirse con el vicecanciller inglés, Alan Duncan.
La continuidad de la base de observación china en Neuquén y la construcción de las represas en Santa Cruz, así como el acuerdo de cooperación nuclear con Rusia, acuerdos demonizados en el pasado, son ratificados ahora.
Inexplicablemente, Malcorra no renuncia a su cargo como canciller de la República Argentina para abocarse a su campaña como candidata a secretaria general de ONU, elección que se llevará a cabo en noviembre próximo, sino que usa ese cargo en su propio beneficio de manera tan insólita como cuestionable.
Hoy en la política internacional de Argentina, Macri es apenas un promotor, un empleado de la “presidenta Malcorra”, quien permite que la base de operaciones para el proyecto personal de la canciller sean nada menos que los intereses estratégicos de la República Argentina.
Este uso electoral condenable de la historia y de las luchas de nuestro país en el escenario internacional no merece opinión crítica del presidente Macri. Tal vez ni siquiera sepa lo que realmente sucede.