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08-10-2016

François Hollande, o la Ilusión del Socialismo Neo Liberal

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Aunque la atención sobre las elecciones presidenciales de 2017 en Francia, todavía está eclipsada por la más cercana de Estados Unidos, prevista para noviembre próximo, es necesario pensar en abril de 2017, y en el rol del Socialismo Francés en ese proceso, intentando aportar al debate actual, en el país que dio origen, a aquella idea de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

François Hollande ha protagonizado estos últimos dos años, acontecimientos importantes en lo que a la política y a la izquierda se refiere, tanto para Francia como para toda Europa. Hollande anunció en su momento y sin ruborizarse, que renunciaba a lo sustancial de su programa electoral y de la historia del socialismo francés y que se afiliaba a los postulados de la política económica de oferta y libre mercado, en un intento ridículo, de síntesis histórica, hacia un nuevo “socialismo neo liberal”.

El socialismo francés ingresó así, lenta e ininterrumpidamente, en el camino asumido por la mayoría de los partidos socialdemócratas europeos, los que con mayor o menor entusiasmo, han asumido que el que manda en la política es el mercado, y que los gobiernos los dirigen los conservadores, con los socialistas como sus aliados minoritarios de ocasión. El caso alemán, tal vez sea el de mayor promiscuidad.

Hollande fue acumulando desaciertos, o tal vez nuevas convicciones, y llegó a decir que “El principal problema de Francia es la producción, y las empresas son los actores principales del crecimiento”, y luego se extendió completando “Es la oferta la que crea la demanda y la productividad el empleo”.

Increíble pero cierto, Hollande defendió y defiende lo contrario de lo que, desde siempre, había sostenido el Partido Socialista Francés. El presidente profundizaría más tarde este extravío, definiéndose a sí mismo, como un "socialdemócrata", término que el socialismo francés había siempre rechazado, porque suponía una renuncia a los postulados históricos de su partido.

Como parte de ese giro sustancial, el presidente francés anunció que suprimiría la contribución que los empresarios están obligados a hacer a la Seguridad Social para atender a las cargas familiares, nada menos que 35.000 millones de euros.

Hoy Hollande exhibe sin pudor, medio millón más de desempleados que en 2008 (2,1 millones de desempleados a mediados de 2008, 2,8 millones a mediados de 2012, 3,5 millones a mediados de 2016).

No ha sido la legislación vigente, ni la “excesiva seguridad social francesa”, la que aumentó el desempleo de manera constante en Francia desde el año 2008. Estos números, de catástrofe social para millones de franceses y francesas, refieren a la aplicación de la austeridad neoliberal, la que ha producido una recaída absurda de la actividad económica en 2011-2015 en toda la Unión Europea, con peores resultados de actividad económica que en el propio Estados Unidos, convirtiendo así una crisis financiera llegada desde Wall Street, en una larga e interminable recesión. Recesión cuyos orígenes reales, magnitud y posibilidades de solución, nunca parecen haber sido comprendidos, ni por Hollande, ni por su Gobierno.

Hollande cedió sin ningún tipo de sustento estadístico, histórico o político, a una reivindicación por la que presionó desde hace años la poderosa patronal francesa, el Medef, y que no es otra que el deterioro de las condiciones de vida y la pérdida de derechos de los trabajadores franceses, en beneficio del crecimiento de la rentabilidad empresarial y de la concentración del ingreso.

A pesar de ese error visible de Hollande, insólitamente llamó también a un “pacto de responsabilidad” que, como es obvio, significó en los hechos, una señal de “comprensión” con los poderosos y “exigencia” con los débiles.

El giro de Hollande de estos años, es el reconocimiento explícito del fracaso del Socialismo Francés. Cuando llegó a la presidencia, aseguró que su prioridad era reducir la deuda y el déficit sin tocar los gastos sociales, justamente asegurando que iba a ser la demanda, la que iba a desarrollar el crecimiento de la economía.

A pesar de esa ilusión inicial, la deuda sigue creciendo, el déficit prácticamente sigue igual, el desempleo está a un nivel récord cercano al 11%, y la economía francesa no despega.

La reforma fiscal “para que paguen los ricos”, no ha pasado del anuncio, y el gasto social, el más alto de Occidente, otrora orgullo del Estado de Bienestar Francés, se ha ido recortando hasta límites históricos.

Si el insólito y desvergonzado giro político ideológico de Hollande y el Socialismo Francés, tenía como objetivo transformarlos en competitivos electoralmente en 2017, no parece haber sido un buen plan, aunque si ha sido un éxito para los ricos franceses, que lo aplauden de pie, pero que nunca lo votarían.

En este marco, las elecciones presidenciales francesas de 2017, nos muestran un candidato consolidado de la derecha clásica francesa, el ex presidente Nicolás Sarkozy, y dos opciones contrarias al neoliberalismo, al que Sarkozy define de hecho, como la “religión ecuménica global”.

Marine Le Penn desde el Frente Nacional y Jean Luc Melenchon desde el Movimiento de la France Insoumise, representando opciones ideológicas y políticas claramente diferentes, son hoy las únicas fuerzas políticas que plantean una crítica frontal a la Francia Europea del Ajuste Interminable, que el resto del sistema político francés representa y defiende, con entusiasmo y culpa política dispar.

De cómo la France Insoumise se plantee ser la alternativa real de los trabajadores franceses, ante el avance del Frente Nacional en las clases populares, dependerá la posibilidad de que los trabajadores franceses y sus familias, puedan recuperar sus conquistas perdidas y dar a luz una Sexta República Francesa, que retome sus mejores tradiciones de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Sarkozy espera en el ballotage, dispuesto a seguir explicando sin vergüenza alguna, que el neoliberalismo es la única opción política posible. Melenchon puede evitar el triste destino, de que el pueblo francés se debata entre Nico y Marine Le Pen. Ojalá France Insoumise lo logre. Sería una gran noticia.